La primera vez que me vió se sintió feliz. Ya aprendía con creces esa su nueva labor, porque ya había sido feliz también un año antes (y lo fue también cuatro después). Supongo que en esa época podía dividir su tiempo en el trabajo y mi cuidado, lo que recuerdo es que siempre estaba ella, en las caídas, en los juegos, en mis lloriqueos tontos engreídos, y era ella a la primera que llamaba cuando quería enseñar un juego bien armado, una acusación, o simplemente tenerla a mi lado.
De niño, siempre fui muy pegado a ella, casi casi andaba agarrado de sus faldas (por eso es que no salgo mucho en las fotos de la época) y desarrollé tanto el Edipo que muchos de mis años pre-púberes viví en dura enemistad con mi papá. Y tan celoso era que cuando ella fue feliz por tercera vez yo, dejando de ser el centro de sus atenciones, malquise mucho al advenedizo.
Durante el colegio fue fuente de consejos, pero sobre todo de cuidado extremo (no exagero), con las amistades que debíamos y que no debíamos tener, con las cosas que debíamos y no debíamos comer, y hasta la forma en como debíamos y no debíamos vestirnos. Por eso es que la adquisión de mi persona con la corrección, la moderación, la honradez, la justicia, la equidad, y la lucha por querer ser mejor, se lo debo en gran parte a ella.
Adolescencia, clima de cambios, juventud, con ella siempre en las preocupaciones de estudiar, de no llegar tarde, de no tomes tanto caramba, ¿por qué fumas?, no te desveles, duerme temprano y el célebre ¡quiero conocer a esa cholita! celosísima sin duda, siempre lo fue,en el fondo aunque nunca lo quiera aceptar.
Pero como todo en la vida, esta historia también tiene un lado triste, el pelao (mi papá) luego de 30 años de amor común y vida compartida se fue para siempre, sin avisar y sin despedirse. Para ella fue atroz, fue un casi morir en vida, fue destruir sus esperanzas, sus ilusiones, su vida, no obstante pese a que era una sombra, siempre se las arregló para estar presente, de alguna forma o de otra en nuestras vidas y a cada momento. Una vez cumplido ese plazo, volvió pero mucho más ella que nunca, tanto así que está dentro (y fuera) y alrededor de nosotros en cada instante.
Y pese a que su chamba primigenia, la de dar el todo por el todo, ya debería dejar de ser, ella sigue ahí, con el desayuno servido, la preocupación de ¿que estarán haciendo?, y hasta los engreímientos exagerados con cada uno de nosotros, los tres hombres que son su felicidad desde el primer día que nos vió a cada uno en esa sala de partos fría e impersonal pero que ella impregnó, desde ese momento y para siempre, de nuevas emociones y vivencias con ese rol que para todos nosotros es inmensamente invalorable, el de madre.
Por eso, pero sobre todo por ese mucho más que siempre nos das, te amo.
¡Feliz día Lucy!
1 Tuvieron algo que decir:
no voy a llorar, no voy a llorar, no voy a llorar...
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